martes, octubre 18, 2005

Bullrich, una presentación particular.

Era a la tarde y el jueves estaba despejado. Había mucha gente en la calle y la esquina de Callao y Corrientes recibía con amabilidad a algunos jóvenes que se disponían a repartir volantes, folletos de distintos candidatos. Los mismos jóvenes, se encontraban todos amontonados e iban estirando la mano hasta alcanzar a x transeúnte que, tan mecánicamente como ellos, estiraban su brazo y agarraban el papel rectangular. La proximidad de las elecciones se percibía claramente. También se podía ver un afiche azul con la cara de Macri, esbozando una sonrisa. En ese tumulto, había un solo objetivo importante: ubicar a Patrcia Bullrich, o “la piba”. La sensación era la misma que cuando se tiene en las manos el libro de “Encuentren a Wally” (el personaje que había que identificar entre un conglomerado de sujetos), con la diferencia que en la “gran ciudad” se hace todo más complicado. ¿En cuál de las cuatro esquinas posibles, entre las ya mencionadas avenidas, se encontraba la candidata? No mucho después, el espectro se aclaró. En una de las esquinas, cercana a la puerta de un Restaurant llamado Scuzi, había una señora, repartiendo folletos de color azul, con una sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes blancos, y un color crema que acompañaba su cuerpo a todos lados, como si le fuera posible bailar un tango con él. Se trataba de “La piba”, lo cual era razón suficiente para pronunciar la frase: “Misión cumplida”. Se podía suponer que la presencia de la candidata allí, repartiendo los trípticos, con contenido de su partido, era consecuencia de un discurso previo realizado en Scuzi. Sin embargo, esto no fue así. La presentación fue particular. Tanto Bullrich como Retta (subsecretario de la juventud Unión Por Todos) se encontraban parados en esa esquina desde su llegada. La cuestión era incitar a la gente contra el “sabanazo”. Decirle no. Por otra parte, muchos se acercaban a “La piba” para preguntarle sobre sus propuestas o sobre cómo iba a resolver tal o cual cuestión. De todos modos, era complicado escuchar correctamente, ya que las palabras se entrecortaban entre el “aire motorizado” por la gran cantidad de autos que invadían a Callao y Corrientes. Otros, se arrimaban más tímidamente, y le daban la mano, tomaban el folleto y se iban. Algunos, más cholulos, pedían un autógrafo. En un momento, de los tantos que el semáforo enciende el rojo, se escuchó a un joven preguntarle a Bullrich qué opinaba del voto en blanco, a lo cual respondió: “si votás en blanco, significa que no te gusta ninguno de los candidatos, es válido, pero yo no te lo recomiendo. Estas elecciones, sobre todo son importantes porque también se vota para legislador”. Retta asintió con su cabeza, sin expresar ninguna palabra. Tampoco era necesario. Luego, el muchacho, con gestos algo nerviosos, le dio la mano y se fue. Todo se estaba tornando recurrente, como toda rutina diaria, aunque no duraría mucho más. Eran las 17: 00hs y Patricia, acompañada por Retta, cruzaba Corrientes, como cualquier ciudadana común. Mientras, seguía con la distribución de los folletos. Les había llegado el turno a aquellos que se encontraban sentados en sus autos o en algo con motor. Primero, le entregó uno a una mujer taxista, que luego de agradecerle, sonrío. Hizo lo mismo con un motoquero que también se detuvo en el semáforo. Este también le manifestó una sonrisa. Era como una epidemia. No había quien no se contagiara. La candidata reía y se le devolvía el gesto. Ya se anunciaba el final. Pasando un puesto de diarios, de mano izquierda, se vislumbraba estacionado un Renault Clío Gris. Entonces, apareció un señor canoso que como de la nada, se introdujo del lado del volante. Retta acompañó del lado derecho. “La piba” quedó atrás. Otra actividad los esperaba en breve.