Crónica del plenario del 17/10/05
Por Laura Blanco
La anciana del rincón leía concentrada la boleta de la lista 175. Era la única que permanecía callada y que parecía ignorar el murmullo insoportable, acentuado por el eco del salón con pocos muebles. No intentaba ganarle con su voz al bullicio, como el resto de la gente, que hablaba, y casi gritaba. El clima de ansiedad y excitación era palpable a primera vista. Las risas y los saludos exageradamente amistosos se intercalaban en el único tema de conversación: las elecciones del próximo domingo, el acontecimiento que todos los presentes – en su mayoría fiscales de mesa – esperaban con afán.
- ¿Por dónde vas a fiscalizar? – pregunta una señora vestida en un traje naranja a cuadros.
- Entre la séptima y la novena. Una es cerca de casa, la otra no – le contesta una chica joven, la única en el lugar.
Las sillas ubicadas en la sala de conferencias de la sede de garajistas del barrio de Once (un edificio que se diferencia de los vecinos de su cuadra por su reluciente fachada de mármol negro y sus rejas del siglo XIX) ya no alcanzaban para ubicar a todos los afiliados del partido Unión por Todos. Eran las 19 y el plenario no comenzaba porque Patricia Bullrich, la líder indiscutida de la agrupación, se había retrasado. Los minutos pasaban - haciéndose más lentos a medida que las conversaciones morían en largos silencios - y las primeras quejas ya se hacían oír: "Odio la impuntualidad. Tuve que gastar en un taxi para llegar a hora cuando el 86 me dejaba en la puerta", protestaba una mujer embadurnada en maquillaje.
Los aplausos indicaron el comienzo del plenario y la llegada de la líder indiscutida del partido que, callada (era raro ver a "la piba" tan sigilosa y con las huellas de cansancio provocadas por una campaña electoral demasiado agitada), se sentó en el escritorio de plástico blanco junto a un hombre bajito y de tupida barba. El plenario, en donde se darían las instrucciones para el día de elecciones, por fin comenzó. "La tarea fundamental del fiscal es que de 8 a 18 controlen que la boleta esté disponible para el votante – explicó el hombrecito -. Tienen que estar atentos porque podemos sufrir que las rompan, escondan y todas esas picardías".
"Nuestro número de lista no es el ideal, por lo que tienen que hacer lo posible para imponerla en primer lugar. Por ejemplo, sugerir que todas las boletas se ordenen en forma de herradura para que queden al frente y en el medio", continuó. El silencio y la atención de la audiencia duró apenas unos minutos: todo lo que se decía era refutado o discutido. "No podemos hacer eso, es el presidente de mesa el que lo decide", se escuchaba a lo lejos, mientras otros decían: "Mejor ordenémoslas en forma de abanico".
El bombardeo de preguntas y sugerencias por parte de la audiencia se hizo tan intolerable como el murmullo del principio. "¿Cómo vamos a hacer para votar?", "¿Tenemos que controlar también los votos del sistema electrónico?", "¿Está previsto algún servicio de desayuno y almuerzo para darle a los presidentes de mesa y ganarnos, así, su confianza?".
La escena era grotesca y bizarra a la vez. Todos discutían, todos gritaban, algunos festejaban lo que se decía, otros lo descartaban con carcajadas irónicas. Pero nadie escuchaba a los demás. "Si conocen gente que quiera fiscalizar no duden en llamar a su coordinador para que los oriente", rogaba el pseudoprofesor, sin poder asegurar que el pedido hubiera llegado a los oídos de sus supuestos oyentes.
Era evidente que a Patricia le molestaba la situación o que, al menos, no deseaba estar allí. Bostezaba, miraba su reloj cada 10 minutos y se llevaba la mano a la cabeza. Hasta que por fin decidió hablar, como para darle un poco de seriedad al asunto: "El domingo van a tener que prestar atención. Hay versiones complicadas y debemos cuidar los barrios más difíciles como Lugano y Soldati. Nos metimos con el tema del padrón radical y nos tienen bronca. Trabajemos tranquilos, sin provocar, haciéndonos amigos de todos los presidentes de mesa, así no nos roban ni un voto".
El silencio duró poco. La voz finita y temblorosa de una anciana cortó en seco el discurso de la candidata a diputada: "Tomémonos una pastillita antes de salir de casa". El caos volvió y Patricia se resignó, sumergiéndose en sus pensamientos y preguntándose, quizás, cómo haría para delegar tanta responsabilidad en personas que se comportaban como niños.
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